jueves, 31 de marzo de 2011

Jorge Camacho (1934-2011) : " Danzón Masacre ".*

Jorge Camacho, Danzón Masacre, París 1995. © Colección Darío Méndez. 
Es éste el título, de tan elocuente expresividad, que el gran pintor cubano Jorge Camacho le da al dibujo aquí presentado.
Jorge Camacho, nacido en La Habana en 1934, llega a París en 1959 y la crítica de arte lo ha consagrado como uno de los más importantes exponentes del Surrealismo, al que adhiere desde 1961, a raíz de su encuentro con André Breton, el iniciador de este movimiento cultural y pictórico fundamental del siglo XX.
Del catálogo Jorge Camacho : La idea del sur, Huelva 1990. © Diputación Provincial de Huelva.
"Para nuestra gran satisfacción -de él dijo el mismo Breton- se le ha otorgado una gama ilimitada de tonos sordos, que despliegan los fastos de lo que podría ser, con relación al crepúsculo, lo que la aurora boreal es a nuestro amanecer."
Su modo interior, que ha enriquecido prodigiosamente esa Sabiduría hermética que persiguen los maestros de la Alquimia, lo plasma en composiciones en las cuales la línea y el color proclaman lo más profundo de su ser : singulares figuras óseas que evocan la vida y la muerte, la crueldad y la ternura de la condición humana, en medio de vibraciones cromáticas atenuadas en las que el ocre, el rojo o el azul ejecutan una sosegada sinfonía surgida del fondo de los siglos.
Jorge Camacho, autoretrato, desierto de Doñana, 1984. © Jorge Camacho.
En el dibujo aquí expuesto, Camacho sintesiza la visión que le inspira la pasión de Cuba en estos tiempos : una isla enlutada, gimiente y aherrojada con cadenas, encima de la cual se yerguen y entrecruzan hoces de muerte, que son como instrumentos malditos de un ser híbrido e innominable; una isla pisciforme que derrama lágrimas de dolor por el éxodo de sus hijos, que como flechas se lanzan en busca de un mundo sin hambre ni opresión.
Las palabras que en un texto sobre Camacho y su obra escribiera su amigo Reinaldo Arenas, parecen referirse y aplicarse de modo asombroso a este dibujo : 
"Pero el pez insular ya no puede nadar... Acuático, maniatado y en seco, es la base sobre la que la muerte levanta sus bastiones y esgrime, triunfal, su rostro."
De izquierda a derecha : Jorge Camacho, Alain Planès, Javier de Castromori y Darío Méndez. París, enero de 1995. © Javier de Castromori.
Con "Danzón Masacre", Jorge Camacho se hace el mejor intérprete del drama cubano contemporáneo.


Darío Méndez.
*Trazos de Cuba, n° 4, año I, París, abril 1995.

viernes, 25 de marzo de 2011

Regina H. Maestri : se fue la amiga insuperable de las tardes musicales y de tantos otros momentos. Descansa en paz.

Regina H. Maestri (Campo Florido, 1922 - París, 2011), en su 80 cumpleaños, París, 2002. © Fotografía de Javier de Castromori.

Acabo de saber la mala noticia de boca de otra amiga. Se fue para siempre, desde París, la compañera sin par que tantas alegrías me brindó, aquella que decía de mí que era "plata limpia". Que descanse en paz, su recuerdo será difícil de olvidar. No tengo más palabras...
Les dejo, a modo de homenaje y recordatorio unas memorias de su querida Guanabacoa, escritas por ella en 2002.

Guanabacoa : entre sus aguas, mis recuerdos.*

Regina H. Maestri (Campo Florido, 1922 - París, 2011).

Dedico estas líneas a mi amiga de infancia, la poetisa guanabacoense Martha Vignier, quien se suicidó en 1971, y cuyo trágico destino descubrí gracias a la pluma de Reinaldo Arenas.

"Guanabacoa la bella
con sus murallas de guano
así cantaba un cubano
cuando el hambre lo atropella."

Llegué a Guanabacoa en 1927. Tenía 5 años de edad y, aunque había nacido en Campo florido -una localidad de la llanura habanera-, siempre consideré a Guanabacoa, cuyo nombre aborigen significa “lugar de las aguas”, como la patria chica. En ella pasé la mayor parte de mi infancia y mi adolescencia.
Vivimos en muchas casas : puedo decir que prácticamente en todas las calles importantes de la villa. Mis recuerdos de Guanabacoa, están ritmados por cada cambio de casa; y por ello, en lugar de hacer el recuento cronológico de la vida guanabacoense de entonces, me veo obligada a servirme de las graduales mudanzas de mi familia para situar los recuerdos que deseo compartir.
La niña Regina en su querida Guanabacoa. © Col. Javier de Castromori.
La primera de esas casas se hallaba en la calle Palo Blanco (hoy Aranguren), frente a la fábrica de chocolates Armada y al lado de la panadería-bodega El Brazo Fuerte. Tenía un amplio portal, y su patio nos daba mangos y aguacates. Había en él una sifa para los desagües, algo muy corriente en las casas de la vecindad. El olor que se desprendía de aquel tragante no era muy agradable que digamos, pero lo combatíamos con salfumán y creolina. Ese primer recuerdo olfativo de Guanabacoa revivió en mí, muchos años después, cuando llegué por primera vez a Venecia. Quizás por tenerlo ya incorporado a mi memoria olfativa, nunca me molestó el olor de la que considero la ciudad más hermosa de Italia y del orbe. Guanabacoa, como Venecia, atesoraba -en menor escala, por supuesto-, no pocas maravillas. Una vez una amiga (refiriéndose a mi admiración por Venecia), me dijo que no sabía cómo podía gustarme una ciudad con un olor similar. Recuerdo que le dije que yo veía a Venecia con los ojos, no con la nariz. Creo que también vi a la Guanabacoa de mi infancia con mis ojos, ávidos por descubrir sus secretos y deseosos de guiarme en mis primeros pasos por la vida.
Nunca fui una niña de la casa. Desde pequeña recorrí palmo a palmo las calles del barrio, e incluso, le comentaba a mi hermano que, durante mis sueños me escapaba de casa para recorrer las calles montada en una escoba. Hacia 1928, tuvo lugar el último festejo callejero del Día de Reyes. Los ñáñigos salieron, como siempre, vestidos de diablitos con cascabeles como sonajeros colgados del cuello y la cintura. La comparsa atravesaba la villa de Pepe Antonio y el cabecilla de grupo saltaba de una acera a otra. Aunque me prohibieron asistir a aquella demostración de religiosidad y tradición, mi impulsiva independencia me hizo ser testigo del último Día de Reyes en Guanabacoa. Éste es mi recuerdo más importante de aquel año.
Pero, sabido es que el nombre de Guanabacoa siempre ha sido relacionado con todo tipo de manifestación de religiosidad popular, superstición y superchería. Todavía vivía en la casa de Palo Blanco cuando, en 1930, pasó por delante de ella el brujo más famoso de aquel tiempo : El Bolo. Iba muy bien vestido, de blanco inmaculado y con una enorme cadena de oro, haciéndose acompañar por un joven al que criaba llamado Arcadio Calvo (quien también fue brujo, como su protector, hasta su muerte en 1984). Ese día, al verlo pasar, descubrí que el brujo de mis fantasías de niña, era un ser de carne y hueso, común y corriente : un ser que en ocasiones nos podía ayudar. Guanabacoa estaba poblada de brujos y célebre también fue el Taita Gaitán, que con los años se convirtió en vecino mío, y al que mi hija temía. Su casa, con una gran ceiba en el patio, tenía varios canastilleros en el interior.
La bella y joven Regina. © Col. Javier de Castromori.
Luego nos mudamos en las inmediaciones del tostadero de café El Regil (Palo Blanco, 141). El hijo de los dueños de aquella empresa próspera, Domingo Trueba, fue fusilado en 1959 en La Cabaña. Su mejor amigo, un negrito de Guanabacoa, me contó que el día de su fusilamiento, se apostó en las afueras de la prisión y oyó la descarga de los rifles que pondría fin a su joven vida.
De Palo Blanco, salimos para la casa de Bertimati, 6 (después de una breve estancia en otra que estaba en la calle Camarera, cerca del arroyuelo de Nazareno, donde había un nicho con una virgen). En Bertimati, jugué por primera vez y a escondidas, a la quimbumbia. Un día, jugando, rompí el vitral de medio punto de la casa de la negra Alejandrina. El ruido que provocó el desplome del cristal anunciaba lo que ocurría en el plano político nacional : la caída estrepitosa del gobierno de Gerardo Machado.
También en Bertimati me convertí, por así decirlo, en celestina de Magdalena Vargas, una vecina a la que acompañaba en todas sus salidas. Fui introducida en casa de la familia Marcuellos, de la cual uno de sus miembros, Raúl, tocaba el piano en el cine Carral, acompañando las proyecciones cinematográficas silentes; actividad que también desempeñaron ilustres hijos de la villa como Ernesto Lecuona y Bola de Nieve. Esta afición musical de Guanabacoa no debe provocar extrañamiento, pues la ciudad tenía entonces dos Conservatorios de Música (el Mateo y el Acosta). La villa vio nacer también a Rita Montaner y al gran pianista “Pepito” Chániz. Y hasta yo tuve mi piano, pero entonces ya nos habíamos mudado para la calle Divisón.
En Arabia Saudí, con el rigor necesario. © Col. Javier de Castromori.
Estando en División, en 1934, mi padre contacta a los ñáñigos para que éstos protegieran a las Escuelas Pías (dirigidas por los Escolapios), una institución que los comunistas amenazaban con incendiar. A mi padre, Juan Hernández Ruiz, le llamaban “el Sandino guanabacoense”, por sus actividades antimachadistas y su militancia en el ABC, cuya cédula de Guanabacoa fundó él mismo. La agitación política era muy importante y recuerdo aue por mis propios medios y por andar siempre husmeándolo todo, descubrí que en casa de los Mirazo, se escondían Ofelia Domínguez y Mariblanca Sabá Alomé, que eran grandes conspiradoras contra el régimen. También recuerdo que a casa vino entonces el Iyamba Andrés. Aquel vínculo con la alta jerarquía de esa forma de religiosidad, hizo que me convirtiera en una de las niñas más protegidas de la villa. Lo supe un día en que atravesaba sola el parque y oí que alguien se extrañaba de ver a una niña sola por allí. La persona con quien hablaba el extrañado le respondió : “¡ Pero si esta niña está protegida por todos los ñáñigos de aquí ! ”. Además de ser conocida por todo el mundo, gracias a mi padre, también debo a éste el haber aprendido a fumar tabaco desde niña.
En 1935, terminamos viviendo en la calle principal de la villa : Máximo Gómez, frente al Liceo Artístico y Literario, un lugar histórico donde Martí había hablado por primera vez ante el público, el 21 de enero de 1879. Años después, en 1949, quise aportar algo a la memoria de aquel lugar y traje del Patio de los Granados, en la casa caraqueña de Bolívar, tierra y un documento oficial, firmado por Don Vicente Lecuna, que entregué al Liceo. Pero 1935 fue también el año que marcó mi primer “exilio”. Un exilio dentro de la misma Habana, por supuesto, pues mi padre fue expulsado de Guanabacoa por sus actividades políticas y tuvimos que irnos a vivir a Luyanó. Pero aquel exilio, a diferencia del actual, duró muy poco, y pronto estábamos de vuelta a mi querida Guanabacoa, esta vez instalados en un viejo caserón de la calle Versalles que había sido en otros tiempos una fábrica de jabones.
Ya me había ido convirtiendo, poco a poco, en una joven más formal y me preparaba entonces para ingresar en la Escuela del Hogar. Debía mucho también a mi tía María Teresa Tellechea, que era profesora, y al historiador de la villa, Gerardo Castellanos. A casa venían además Jorge Mañach, Joaquín Martínez Sáez, Emeterio Santovenia, Paco Ichaso, el Padre Pastor González y el Dr. René Lavalette, quien era el director del Sanatorio de Dementes “Pérez Vento”, y quien nos ayudó en no pocas situaciones difíciles en las que a veces nos veíamos, a causa del ideal romántico de mi padre.
Mujer de temple y dulzura. París, 2002. © Fotografía de Javier de Castromori. 
Quiso la ironía del destino que, después de habernos opuesto, durante un tiempo, a las acciones de los comunistas en la villa, cayéramos de vecinos (en otra mudanza) de los comunistas más feroces de Cuba : los Bellido de Luna. La casa estaba cerca de la antigua Estación Ferroviaria de la que salía el tren para Regla, ya para la fecha inutilizada. Fue en esta época en que tuve a mis primeros amigos : Armando Fernández, Roberto y Francisco Pérez, los tres estudiantes de abogacía y miembros de la Juventud Abecedaria. Desde entonces me gustó reunirme siempre con hombres y nunca he soportado las frivolidades de las reuniones de mujeres.
Ya en los últimos años de mi carrera, entre 1939 y 1941, habiendo vivido entre tanto en dos casas más de la calle Corral Falso, volvimos a mudarnos para Palo Blanco, calle en la que comenzó este largo periplo guanabacoense. Fue ésta mi última vivienda en la villa, antes de irme para Centro Habana. En ella siguieron viviendo mis padres y allí me quedaba cuando volvía los fines de semana a Guanabacoa para visitarlos, e incluso, cuando fui profesora de la Escuela Nocturna n° 2 del Distrito de Guanabacoa.
De más está decir que a pesar de las vueltas de la vida, de lo mucho que ha llovido desde entonces, de mis múltiples estancias en países o ciudades donde nunca imaginé vivir : Venezuela, Ecuador, Washington, Madrid, París y hasta Arabia Saudí, de tantas y tan disímiles experiencias, nunca he olvidado –puedo afirmarlo con franqueza- mi Guanabacoa de entonces. En abril de 1959 salgo de Cuba para Estados Unidos y vuelvo, de visita, a fines de 1960. En febrero de 1961, me doy cuenta de que no podía vivir en Cuba y que aquel sistema no me interesaba. Empieza, como para muchos compatriotas, mi largo exilio.
Regina H. Maestri y Javier de Castromori en el Cementerio de Montmartre, París, 1999. © Fotografía de Javier de Castromori. 
Regresé a Cuba por primera vez (y hasta ahora única), en 1996. Tenía gran expectación, como es lógico, y me precipité a recorrer las calles de Guanabacoa. Me encontré una ciudad sin luz, que me devolvió la imagen amarga de mi visita, en 1993, a la ciudad Siria de Alepo : una imagen de desolación y guerra. La Quinta de la Vega ya no tenía techo; a la de Corona se le había secado el arroyo; el Barrio de la Cruz Verde –el de los ñáñigos-, era un caos; la Casa de la Camarera había sido convertida en Museo Afrocubano, cuando en realidad era donde se atesoraba la Virgen de la Asunción, patrona de la villa. Las fábricas estaban destruidas; la panadería El brazo Fuerte sin pan; no conocía a nadie. Pero tuve la dicha de conocer a mi sobrino, a quien nunca había visto. Lo que había sido la gloria de mi Guanabacoa, no son ahora más que recuerdos : los baños de Santa Rita, la villa industrial con sus fábricas de toallas, de zapatos; los manantiales con hermosos jardines reconocidos por toda Cuba, La Cotorra y la Fuente Blanca; los Conventos de Santo Domingo y San Francisco, que han restaurado un poco, pero a los que no se les ha devuelto el alma; la vieja Ermita de Potosí con su Cementerio Viejo…
Me parece que para recuperar todo aquello habrá que ir a casa de un babalao, tendrá Guanabacoa que hacerse un despojo en su propia casa, en su geografía que fue sitio de cura y reposo desde los tiempos inmemoriales para todos los habaneros. Habrá que invocar a alguna potencia divina, poco importa de dónde, y tendrá la villa, si pudiera, que cantar aquella canción que de niña oía :

“ Me boté a Guanabacoa,
a casa de un babalao,
para que viera mi casa,
y a mí que estaba sala’o.
me cobraron uno cinco,
yo sólo pagué la mesa,
los gallos y las palomas
no entraron en esa cuenta…
¡Cuento…! ”

Quién sabe si revivirá entonces. Poco importa. Para mí Guanabacoa sigue evocando, con su muy cubano nombre, aquel “ lugar de las aguas ”, y a los 80 años sigue siendo la cuna de mis primeros y más dulces recuerdos.

*100 AÑOS (Boletín de la Asociación del Centenario de la República cubana), Año III, n° 27, París, marzo de 2002, pp. 24-29.




Leer, por favor, el maravilloso texto " R. " de Zoé Valdés.

jueves, 17 de marzo de 2011

Pozos Dulces el ambiguo. [1]

Francisco de Frías y Jacob (1809-1877), conde de Pozos Dulces.
La colonia cubana de París cuenta a partir de 1856 con la presencia de uno de los personajes cubanos más controvertidos e interesantes del siglo XIX: Francisco de Frías y Jacob (1809-1877), más conocido por su título de conde de Pozos Dulces. Este eminente agrónomo pasó la mayor parte de su vida en el extranjero donde realizó esfuerzos considerables para contribuir al progreso de la agricultura en Cuba y hallar alguna solución a lo que ya se avisoraba como «problema cubano». Frías llega a París, por primera vez, a la edad de 33 años, en 1842, con el objetivo de cursar estudios de Física-Química y Geología, e impulsado por el amor a su tierra sacrifica entonces su pasión por la literatura. Con este viaje, el conde de Pozos Dulces quería obtener una formación científica y técnica que le fuera útil para aplicarla tras su regreso a Cuba, algo que queda demostrado en una carta que envió entonces a sus hermanos: «[…] tengo la esperanza de que si puedo quedarme dos años por acá, no perderé mi tiempo y podré ser útil a mi país en alguna cosa».[2] Otras hipótesis sostienen que Francisco de Frías había llegado a Francia dada su implicación en el primer movimiento anexionista de 1842. Pero al parecer, en aquellos momentos esta implicación no parecía ser tan importante, pues su regreso a Cuba en 1844 tiene lugar sin mayores contratiempos. No es hasta 1852 que Pozos Dulces se ve implicado en la Conspiración de Vuelta Abajo, por lo que es condenado y encarcelado seis meses en la fortaleza del Morro y deportado luego a la península.
Lettre à sa Majesté l’Empereur Napoléon III sur l’influence française en Amérique à propos du message de Bouchanant, Ledoyen librairie, Paris, 1858.
Se constata, que a partir de su primer verdadero exilio parisino (1856-1860) -período en que aparentemente se aparta de toda actividad política- la personalidad ambigua de Pozos Dulces va adquiriendo matices contradictorios: unas veces a favor de la Corona española, otras abrazando la causa cubana. De este período datan ciertos textos publicados en París entre 1858 y 1859 que abordan la cuestión cubana, textos que se le han atribuido. El primero de estos escritos, Lettre à sa Majesté l’Empereur Napoléon III sur l’influence française en Amérique à propos du message de Bouchanant (París: Ledoyen librairie ed., 1858),[3] escrito en francés, y firmado con el pseudónimo de «Un hombre de raza latina», es un llamado a la nación francesa en nombre de los intereses comunes de las «razas latinas del Antiguo y Nuevo Mundo» para que se alíen a España, y así contrarrestar las ideas expansionistas de Estados Unidos con respecto a Cuba y México. Aquí Pozos Dulces deja bien clara su posición en favor del mantenimiento del régimen colonial y de la esclavitud bajo reformas políticas, actitud incompatible con la posición adoptada años anteriores en el seno de la Junta Cubana Revolucionaria de la cual había sido elegido Vicepresidente, en 1854.

Isla de Cuba. Refutación de varios artículos concernientes a ese país, publicados en el 'Diario de Barcelona' en los meses de junio y julio 1859. Por un Cubano, Imprenta de d'Aubusson y Kugelmann, Paris 1859, 56 págs.

Sin embargo, en La Question de Cuba (Paris: E. Dentu, 1859), el segundo de sus escritos, encontramos a un Pozos Dulces más cercano a Francisco de Frías, más severo con respecto a España y a la trata de esclavos, y que predica incluso la abolición definitiva de esta última: «No, no son los terratenientes, sino el gobierno de Cuba el responsable ante Dios y ante la civilización, del crimen de lesa humanidad que para vergüenza del siglo XIX, España continua perpetuando».[4] En esta segunda entrega, el autor se hace eco de una independencia negociada, pero al mismo tiempo la juzga prematura, dejando un paréntesis abierto a la posibilidad de anexión: «No, los traidores serán siempre los que nos fuercen a escoger entre la barbarie española o africana y la bandera estrellada, que lleva al menos un símbolo de la libertad».[5]
En su tercer texto, Isla de Cuba, escrito en español, retoma la crítica hacia la política colonial con conclusiones más radicales desde el punto de vista político, haciéndose partidario de una independencia negociada o de su alternativa: la anexión: «[…] la nacionalidad y la civilización españolas… para nosotros son cosas muertas en América».[6] Además, legitima la nacionalidad cubana, distinta para él de la española. Pero, a pesar de su determinada posición en pos de la independencia, vuelve a mencionar otra vez la posibilidad de una anexión al territorio norteamericano: «¿Cuál es el cubano que, perdida toda esperanza de afirmar y realizar su propia nacionalidad, no la sacrificaría resignado para salvar, siquiera, su personalidad de hombre, hollada y destruida por el despotismo español? ¿Entre la ignominia y el oprobio del esclavo y la condición del hombre libre puede ser dudosa la elección?».[7]

Los tres textos anteriormente citados nos sitúan frente a la posible veracidad de la implicación de Pozos Dulces en tales escritos. La tesis de Marie-Claude Lecuyer deja entreabierta la posibilidad de tales atribuciones, adjudicando una cierta coherencia dentro de la evolución política del pretendido autor con respecto a las tendencias reformistas e independentistas, manifestadas, las primeras, en el periódico El Siglo (La Habana, 1862-1868), del cual Pozos Dulces fue su director entre 1863 y 1866.
El conde de Pozos Dulces será uno de los primeros en alertar sobre el peligro que representaba el monocultivo para la agricultura y la economía cubanas. Denuncia enérgicamente la situación de dependencia de este tipo de producción dada la situación concurrente que comenzaba a perfilarse en Europa con el desarrollo y la expasión de la industria remolachera. Incluso no deja de culpabilizar, mediante ácidos enjuiciamientos, la política colonial española, así como la de sus compatriotas: «Lo que quiero decir, y lo dirán conmigo todos los hombres pensadores, es que estamos adormecidos, ceñida la frente de flores, al borde del abismo».[8]
Con el estallido de la guerra en 1868, Pozos Dulces sufre su segundo y último exilio parisino. En él vuelve a encontrarse con la pequeña colonia de emigrantes cubanos que, con el transcurso de la guerra se ha ido incrementando. Completamente arruinado, se consacra al periodismo -único sustento de sus últimos años- publicando sus textos en periódicos y revistas de París, Nueva York y del resto de América Latina. En éstos, sólo abordará el tema cubano esporádicamente y siempre haciendo uso de un tono doloroso y nostálgico. Incluso en su correspondencia personal revela el decaimiento moral y físico de sus últimos años: «La situación de ese país entra por mucho en el estado de mi ánimo. Distante de él, aunque no presencio sus inmediatas calamidades, me siento abatido y desalentado. ¿Cuál será el fin que le espera? No quisiera pensar en ello, por temor a ver desaparecer una por una, las ilusiones de otros días… Yo estoy seguro de desaparecer antes de que se resuelva uno sólo de los problemas que han agitado mi mente desde la juventud […]».[9] Con deseos de irse de Francia, pero con falta de estribos y medios económicos para hacerlo, decide dejar París e instalarse en Mentón (Riviera Francesa), donde el clima es menos severo: «Yo no pido más que luz y calor para ser feliz. La vida se me va lejos de tu sol ¡oh Cuba de mis sueños!».[10] En efecto, Francisco de Frías muere poco después, durante una estancia de seis meses en París, el 24 de julio de 1877, al lado de su mujer y de su viejo amigo José Valdés-Fauli.[11]


[1] Javier de Castromori, El exilio cubano de París: apuntes para su historia. En Centenario de la República Cubana, 1902-2002, Ediciones Universal, Miami, 2002. El conde de Pozos Dulces, a mi entender, fue uno de los pocos cubanos que, a pesar de sus contradicciones, resultó ser uno de los integrantes del exilio parisino que más se manifestó por la causa cubana durante el período de guerras de emancipación contra España. Su obra y sus ideas en el exilio aún son bastante poco conocidas. Las referencias tomadas aquí, corresponden, en gran mayoría, al libro (inédito en español) de la profesora e investigadora francesa Marie-Claude Lecuyer, Anticolonialisme a Cuba au XIXe siècle: Pozos Dulces (1809-1877), L’Harmattan, 2001.
[2] Marie-Claude Lecuyer, Anticolonialisme a Cuba au XIXe siècle: Pozos Dulces (1809-1877), L’Harmattan, Paris, 2001, p. 16.
[3] Ibid., p. 27.
[4] Ibid., p. 29.
[5] Ibid., p. 29.
[6] Ibid., p. 30
[7] Ibid., p. 31.
[8] Ibid., p. 35.
[9] Ibid., p. 72.
[10] Ibid., p. 73.
[11] José Valdés-Fauli (1816-1882) al estallar la guerra del 68 se vio obligado a emigrar a Nueva York, pasando luego a Venezuela y de allí a París, donde permaneció hasta 1878. Durante la guerra le fueron embargados todos sus bienes. Fue el albacea de José Antonio Saco.

jueves, 3 de marzo de 2011

De la prensa republicana y las llamadas "revistas literarias".

Portada de Cuba y América (1897-1917).

Con el fin de las guerras independentistas, la primera intervención norteamericana y la instauración de la República en 1902, mucha poesía civil se publica en Cuba. Una generación de poetas denominados "de 1902" volvía del destierro o de la manigua, llevando consigo los mismos módulos líricos del siglo XIX  e impulsados por la ilusión patriótica y el sentido civil republicano. Nuestra literatura se muestra entonces tradicionalista, permeada de una poesía académica y de mal gusto. Pero a pesar de esto, hacia 1910, un intento de renovar este tipo de literatura comenzó a vislumbrarse entre los jóvenes intelectuales que más tarde se les llamaría la "primera generación republicana".

Pocas publicaciones literarias tuvieron a mano los escritores cubanos de la primera década del siglo para dar a conocer sus producciones. Sólo tres revistas fundadas durante la colonia continuaron a publicarse : El Fígaro (1885-1933), Cuba y América (1897-1917) y Cuba Libre (1899-1910). Otras nacieron junto a la República como Azul y Rojo (1902-1905) y Letras (1905-1914). Ninguna de las publicaciones aquí mencionadas eran estrictamente literarias, a excepción de Letras, la cual publicaba además de literatura, crónicas sociales y encuestas sobre problemas cubanos de actualidad, que recogían opiniones de personalidades políticas de la época.
La revista semanal que gozaba de mayor circulación y prestigio era El Fígaro, que llevaba largos años de vida, pues había sido fundada en 1885 por Manuel Serafín Pichardo (1865-1936) y Ramón Agapito Catalá y Rives (1866-1941), bajo el lema de "Semanario de Sports y de Literatura".

Fue El Fígaro durante muchos años el epicentro de todos los que en La Habana cultivaban las letras, así como de todo escritor extranjero que visitaba la capital. Nunca desdeñó el papel informativo de una revista ilustrada y ofreció acontecimientos de importancia revelando un gran trabajo periodístico. Por el advenimiento de la República en 1902, esta revista dedica un número especial que contaba con una serie de rotograbados de las festividades tanto en la capital como en las provincias. Durantes los primeros años republicanos El Fígaro continuó su labor literaria, pero al mismo tiempo fue ampliando el espacio dedicado a los problemas de actualidad, tanto culturales como sociales y políticos de Cuba y también del extranjero.
En sus páginas se podían leer además de las númerosas poesías, cuentos, crónicas, fragmentos de novelas, artículos de crítica e historia literaria, notas bibliográficas y trabajos de carácter histórico. También se publicaban notas sobre actividades culturales, así como crónicas deportivas y sociales ampliamente ilustradas; se destacaron los certámenes poéticos y de belleza auspiciados por la revista y las encuestas sobre candentes problemas de actualidad. En sus páginas colaboraron, prácticamente, todas las figuras de las letras cubanas de aquellos años, así como algunos conocidos escritores hispanoamericanos.
Manuel Serafín Pichardo (1865-1936).

Cuba y América, fue fundada en Nueva York en 1897 por Raimundo Cabrera y Bosch (1852-1923). En sus comienzos newyorkinos esta publicación se presentaba como periódico quincenal, dedicado a los países hispanoamericanos, con un contenido que abarcaba la política, los temas de interés general, la crítica sátira y las ilustraciones y caricaturas.
Con el cese de la dominación española, la publicación comenzó a imprimirse en La Habana en 1899, bajo el subtítulo de "Revista ilustrada". A partir de este momento y hasta octubre de 1900, su periodicidad fue quincenal. Sus redactores eran Nicolás Heredia y Leopoldo Cancio y como director artístico, el ilustrador y caricaturista Ricardo de la Torriente. También a partir de esta fecha su formato se hizo más pequeño y adquiere una proyección más universal, publicando traducciones, temas científicos, novelas europeas, etc. En enero de 1901, su formato se agranda nuevamente, así como se amplía también su consejo de redacción, formado esta vez por Adrian del Valle, Fernando de Zayas, Antonio González Curquejo, Jesús Castellanos, Ramón Mesa y Ramiro H. Portela. También comienza a aparecer este mismo año una edición semanal, independiente a la edición corriente, que publicó entre otros temas poesía, crónicas teatrales y novelas como Francisco de Anselmo Suárez y Romero.
Durante la primera intervención norteamericana Cuba y América mostró las variaciones de este proceso, con una actitud de vigilancia ante los actos de la intervención y la política desarrollada por el general Wood.
Desde diciembre de 1901 volvía a ser una publicación semanal, lo que daba una mayor actualidad a sus comentarios. Muestra de esto fue la campaña de elección del primer presidente de la República. Cuba y América apoyó desde sus páginas al candidato y futuro presidente Tomás Estrada Palma, comentando "Los dos Manifiestos", el de este último y el de Bartolomé Masó. La revista declaró que el manifiesto de Estrada Palma, a diferencia de el del general Masó, era original y propio, muy discreto y generoso. Al mismo tiempo en las páginas de esta revista se recoge la agitación de aquel momento divulgando las opiniones de las figuras más destacadas del periodismo y el pensamiento cubanos.
De la revista Caras y Caretas, Buenos Aires, 1 de noviembre de 1924.
Con la llegada del 20 de mayo de 1902, Cuba y América dedica un número especial a la instauración de la República en el que aparecen artículos examinando el desarrollo de la nacionalidad cubana y sus hechos más trascendentales. Durante los primeros años republicanos hasta el cese de su publicación en 1917, esta revista fue cada vez más una publicación de información más que de opinión. Mantendrá una actitud discreta y una posición conservadora, pero atenta siempre a los vaivenes políticos de la nueva nación.
Cuba y América mantuvo durante toda su existencia, un gran interés en la divulgación literaria de los escritores cubanos más destacados. Mucha producción literaria, aún inédita, se reprodujo en sus páginas : Mis doce primeros años y el Viaje a La Habana de la Condesa de Merlín; Milanés y su época, de Eusebio Guiteras, las poesías de Juaquín Lorenzo Luaces, así como otras obras.
Cuba y América no sólo fue una revista de carácter intelectual, en ella se publicaron informaciones y noticias de todos los acontecimientos nacionales e internacionales. También cabe decir que esta publicación introdujo el estilo del "magazine" popular norteamericano y utilizó abundantemente el grabado, las ilustraciones, los retratos y las caricaturas.

Otra de las revistas llamadas "literarias" que pasó el siglo XX fue Cuba Libre, fundada en La Habana en 1899 y dirigida por Rosario Sigarroa. Esta publicación en sus comienzos se presentó como "Semanario ilustrado de política, ciencias, literatura y artes" y presentaba, entre otros, como redactores a Enrique José Varona y Alfredo Zayas.
En sus primeros números, este semanario dedicó un breve espacio a la literatura, pero poco a poco lo fue ampliando hasta llegar a ser casi por completo una revista literaria. En ella aparecieron trabajos literarios de Miguel de Carrión, Diego Vicente Tejera, Dulce María Borrero, Bonifacio Byrne y Mercedes Matamoros. Un aspecto característico de esta revista, fue la publicación de poemas y fragmentos de obras de las principales figuras del modernismo en América Latina. El cese de su publicación ocurre en febrero de 1910.

Con la nueva República cubana, dos otras revistas de carácter literario se presentan al público capitalino : Azul y Rojo y Letras. Ambas publicaciones a pesar de la corta vida que gozaron, muestran elementos interesantes para el conocimiento del estado de nuestra literatura a principios del siglo XX.
Portada de Cuba y América por el aniversario del nacimiento de José Martí.
La primera de estas dos Azul y rojo, "Revista ilustrada", publicaba artículos de ciencia, arte, literatura e información gráfica de todos los sucesos de actualidad. Fundada por Miguel Angel Campa y Alfredo Montes en 1902, este semanario salía al público todos los domingos, editado primero en cuartos y después en cuadernos de folio. Esta publicación nace de la necesidad que tenían los noveles intelectuales de tener una tribuna propia, a pesar de que no les estaban vedadas las páginas de El Fígaro y de las otras revistas ya mencionadas. La portada de su primer número del 3 de agosto, representaba el primer presidente de la República Estrada Palma.
A partir del 3 de enero de 1904, apareció bajo el subtítulo de "Revista universal ilustrada", dirigida entonces por el escritor Miguel de Carrión y en la jefatura de redacción Jesús Castellanos. Tomás Gutierrez, que hasta este momento ocupaba la gerencia, asumió la dirección desde el 27 de marzo de ese mismo año, al separarse voluntariamente de la revista por "sus múltiples ocupaciones", Carrión y Castellanos.
Hacia noviembre de 1904, Azul y Rojo, hacía dos tiradas : una de lujo y otra popular. En sus páginas se leían bastantes trabajos de índole literaria como cuentos, poesía y crítica. También aparecían artículos sobre arte y otras cuestiones importantes de la actualidad política, social y educativa del país. Entre sus colaboradores contó con Aniceto Valdivia (Conde Kostia), Fernando Ortiz, Blanche Z. de Baralt, José M. Carbonell y Esteban Borrero Echeverría. El último ejemplar publicado de esta revista corresponde al 15 de junio de 1905.

Letras, última de las revistas reseñadas en este arículo, nace en 1905 bajo la dirección de Néstor Carbonell y Carlos Garrido. Su aparición, era quincenal y con un formato novedoso para la época. En el primer número sus directores señalaban que: "Letras no viene a llenar vacío alguno. Surge a la vida ignorando los vacíos de la vida. En nuestras páginas escribiran los literatos ya consacrados y los que a su vez serán consagrados. En nuestras páginas verán la luz el artículo profundo de estilo sereno y el cuento sutil de estilo sonoro y brillante; el verso todo fondo, todo cerebro, y el verso toda música, todo ala, todo alma [...]."
Raimundo Cabrera Bosch (1852-1923), fundador de Cuba y América.
Entre el 15 de febrero de 1906 hasta diciembre de ese mismo año, la revista opera diferentes cambios, ya sea en su dirección, formato y frecuencia. Sus nuevos directores, los hermanos Néstor y José Manuel Carbonell manifiestan que "en nada a cambiado, que es la misma Letras de antes, literaria, independiente, sin escuela de arte que seguir ni partido político que defender".
Aparecían en las páginas de esta revista poesías, cuentos, artículos sobre temas históricos y de crítica e historia literarias, fragmentos de novelas y crónicas enviadas desde el extranjero. También dieron a la luz fragmentos de libros próximos a publicarse o de reciente publicación, así como prólogos de los mismos. Contaban entre los colaboradores escritores como Agustín Acosta, José Manuel Poveda, Manuel Márquez Sterling y Regino E. Boti. Además de la literatura, se leían en sus páginas la consabida crónica social y cuando el mes tenía cinco semanas, esta crónica aparecía en un suplemento de cuatro páginas. Hacia 1910 comienza a publicar, en páginas adicionales a la revista, sin numeración, unas "Páginas para las damas" cuyo contenido era preparado por Elisa María Bordas.
Letras deja de publicarse en octubre de 1914, para reaparecer cuatro años más tarde, el 5 de mayo de 1918, como "Revista universal ilustrada". Pero este nuevo intento se trunca el 25 de agosto de ese mismo año señalando sus directores que "los tiempos no le son propicios".